2013-06-05

Flores de colores

Por José Serna Andrés, * Escritor - Martes, 4 de Junio de 2013


Hace tiempo que los Estados laicos de Europa han llegado a un consenso que es compartido tanto por los defensores de la religión como por sus críticos y, en palabras de Peter Berger, entienden por secularización el proceso mediante el cual sectores de la sociedad y de la cultura dejan de estar controlados por las instituciones y los símbolos religiosos. Esos Estados, que no han dejado de ser laicos, tienen regulada la impartición de clases de religión en la enseñanza, excepto en Francia, aunque sí en Alsacia-Lorena, que también tiene una regulación propia y, de momento, sigue siendo Francia. A pesar de esa regulación, Europa continúa siendo laica. Es curioso que, en nuestro entorno, es considerado laico un Estado si la asignatura de religión se encuentra fuera del sistema educativo. Es que esto es diferente. Por cierto que cuando hablamos de religión estamos hablando de religión católica, islámica, diferentes confesiones evangélicas y religión judía, que tienen acuerdos con el Estado para impartir esa asignatura, siempre voluntariamente elegida.
Hay quien afirma que la intolerancia es el mal permanente y el reverso paradójico de la obsesión por la verdad. En nuestro contexto, hay tanta obsesión por la verdad, también la verdad absoluta a favor o en contra de la religión, que las dosis de intolerancia que estos días se sacan a la luz no auguran nada bueno. Y cuando se habla de estos temas, a uno se le encoge algo por dentro, pues habla con un poco de miedo, como sucedía a una religiosa conocida que se alegró mucho cuando su orden decidió no utilizar los hábitos para ir por la calle pero ya no sabía muy bien si ese alivio que le entraba se debía a que se encontraba viviendo una situación más normalizada en su trabajo diario o a que, por fin, podía andar por la calle sin tener miedo a que alguien se metiese con ella, como le había sucedido ya.
Que nadie deduzca, por favor, que uno defiende desde estas líneas que las religiosas o el clero utilicen de nuevo el uniforme. Ciertamente, a uno le preocupa que en determinados sectores de clero muy joven se estén recuperando la tirilla blanca y el clerygman. Cada cual debe ser muy libre de vestir como desee, pero en ocasiones quienes se visten de esa manera coinciden con actitudes que plantean revisar el Concilio Vaticano II, a cuyo influjo achacan los males de la Iglesia de hoy, cuando uno piensa que se trata de lo contrario.
Pero vayamos al grano, pues uno oye afirmaciones que buscan muy poco el consenso con el fin de alejar una formación reglada de la propia religión, que es sólo para aquellos que lo desean. Algunas de ellas parten de organizaciones de la escuela pública que, lógicamente, están financiadas con fondos públicos, pero intervienen en los colegios e institutos como si fuesen los propietarios de los centros.
Es triste que la crítica a la ley Wert se haya enredado en los entresijos de la asignatura de religión, que es un ámbito en el que, por cierto, se trabajan intensamente los valores, y no precisamente los neoliberales. Decía Michel Foucault en La arqueología del saber: "Sí, es posible que hayáis matado a Dios bajo el peso de todo eso que habéis dicho; pero no penséis que con todo eso que habéis dicho habéis construido un hombre que viva más que Él". Porque lo verdaderamente importante en este momento es que siga viviendo la persona. Unos con Dios, otros sin Dios, pero alimentemos a la persona. Cultivemos los valores humanos. Hagamos un proceso de encuentro y tolerancia entre creyentes e increyentes para que el infierno no sean los otros, como decía Sartre. Otro mundo es posible y si la madre Tierra está amenazada de supervivencia es porque la persona está dejando de existir como tal. Son las cifras y las estructuras injustas y deshumanizantes las que nos matan. Hacen falta todas las manos para combatirlas.
Decía Confucio: "Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir". Hagamos, por favor, un esfuerzo por llegar a un mínimo acuerdo perdurable en una cuestión cuyo debate tiene una trayectoria de siglos y porque, en realidad, aunque utilizamos el nombre de una determinada asignatura en un contexto histórico concreto, estamos hablando de otra cosa. Y es que las flores que dan sentido tienen muchos colores y no se oponen ni se excluyen unas a otras. Si no lo hacemos, cuando nos demos cuenta sólo quedará el arroz, y en unas pocas manos… deshumanizadas.

DEIA

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