2012-05-29

El nihilismo en “Los hermanos Karamazov” (1)

 
Nihilismo y Dostoyevsky
Imanol Lizarralde

El escritor Fiodor Dostoyevsky es uno de los grandes pensadores cristianos de la era del nihilismo. El vio nacer y desarrollarse esa corriente en su Rusia natal. Le dedicó una serie de novelas, entre las que se encuentra aquella que vamos a tratar de analizar, “Los hermanos Karamazov”. Nietzche consideraba que nadie le había enseñado tanto de psicología como Dostoyevsky. Y Freud leyó varias veces nuestra novela con ávido interés, ya que tocaba el tema freudiano por excelencia, el del padre y su asesinato como crimen originario, dedicándole un ensayo, “Dostoyevsky y el parricidio” (1924). Este es el tributo de dos de los más grandes maestros de la sospecha al gran novelista ruso. Es señal, también, de que la reflexión dostoyevskiana toca aspectos esenciales de la condición moderna o posmoderna.

Fiodor Dostoyevsky nació en Moscú en 1821 en el seno de una familia de la pequeña nobleza[1]. Su padre era médico de un hospital. La familia no tenía grandes medios y vivía apiñada en un piso. El padre, cuando pudo, mandó a sus dos hijos mayores a la carrera militar, con la intención de que se las apañaran por ellos mismos. El padre de Dostoyevsky era una persona de gran rectitud y severidad. Y trataba a los siervos de la pequeña propiedad agrícola que tenía en el campo con mucha brutalidad. Un día, esos mismos siervos lo mataron. Cuando su hijo Fiodor tuvo la noticia, cayó en un ataque de epilepsia, que sería el primero de una serie larga en su vida. La vida de Dostoyevsky es digna de cualquiera de sus novelas y el personaje Dimitri Karamazov parece una especie de reflejo de su propia personalidad, pues Dostoyevsky fue militar, derrochador, dado al juego y la disipación. Se metió de lleno en los mentideros políticos, por lo que fue acusado de conspiración contra el Zar y que le condenaran al fusilamiento. Se libró de esa suerte cuando se encontraba ante los fusiles del pelotón. Tuvo que pasar largos años de condena en un presidio de Siberia. Esta experiencia fue para el de gran importancia espiritual. Empezó a escribir con notable éxito pero siempre anduvo metido en deudas hasta sus últimos años. Dostoyevsky, al igual que su gran coetáneo Leon Tolstoi, era una persona bastante desagradable y poco virtuosa en nuestros términos[2]. Pero su tumultuosa vida fue el fermento de una gran obra, donde brilla su intuición y su capacidad filosófica. Su gran tema, que reaparece bajo una nueva luz en esta novela, es el del inocente que tiene que cargar con una culpa descomunal. Por un leve pecado juvenil fue casi fusilado y vivió deportado en Siberia. Podía hablar del tema con conocimiento de causa. 


“Los hermanos Karamazov” es la última de sus novelas. Es realmente paradójico que mientras Nietzche ideaba su teoría del superhombre, Dostoyevsky escribiera “Crimen y castigo” con ese mismo tema. La otra gran novela que trata de la cuestión del nihilismo es “Los demonios”. Constituye la historia de una célula de activistas revolucionarios. El personaje de Stragovin se convertirá en el prototipo de revolucionario, nihilista y creyente a la vez, capaz de cualquier locura para llegar a su fin y justificarlo.


¿De qué forma podemos enlazar a Dostoyevsky y su novela con el nihilismo? Según el profesor del Seminario Pio XII de San Sebastián, Tomás Muro, “el nihilismo radical es el convencimiento de la absoluta inconsistencia de la existencia[3]”. Y recoge la definición expresada por Nietzche a través de Hans Küng: “Nihilismo es, según Nietzche, el convencimiento de la inanidad, la incoherencia, el sinsentido y sinvalor de la vida”. Podemos considerar estas definiciones como la conclusión de un viaje filosófico e histórico hasta llegar a las mismas. Ahondando en las consecuencias de este pensamiento: “Si nuestra vida y todas sus dimensiones se ven corroídas sistemáticamente por la pregunta ¿total para qué? Estamos en los brazos del nihilismo”. El nihilismo es producto de la “muerte de Dios”, augurada por Nietzche. La cuestión es que tal afirmación, una vez puesta en la práctica de la existencia de la vida humana, tiene una serie de consecuencias, ya que, según nuestro profesor, “diagnostica una experiencia o una actitud o estado de ánimo, más aun, una instalación en la vida[4]. En la novela de Dostoyevsky, en el capítulo denominado Pro y Contra, nos muestra el trayecto por el cual el ser humano puede llegar a concluir en la verdad del nihilismo. En este sentido, el personaje Ivan Karamazov, que encarna el nihilismo, tiene la virtud por medio de su razonamiento de plantearnos cual es el camino lógico-experiencial que lleva al hombre a creer en la nada y sólo en la nada. Este trabajo se va a centrar principalmente en ese capítulo, aunque tenga que referirse a otras partes de la novela para dar a su análisis una mayor coherencia. Quisiera mostrar, asimismo, que la cuestión del nihilismo tiene que ver con la cuestión del padre, de la figura del padre. La nietzcheana “muerte de Dios” tiene, así, proyección en la realidad más cercana, la que atañe a la figura masculina de la familia humana. La “muerte de Dios” trae consigo la muerte del Padre y, con ello, la muerte del hombre, de la parte masculina del hombre si nos referimos a términos de carácter simbólico. La humanidad demediada y dividida que surgió a principios del siglo XX, con toda su apocalíptica voluntad de autodestrucción, no fue ajena a esta cuestión, sino más bien fue su corolario.
Argumento y personajes


 “Los hermanos Karamazov” conforma una gigantesca novela detectivesca. Tanto al comienzo como en otras partes intermedias se nos pretende hacer ver que nos encontramos con un “caso celebre” que guarda su propio “misterio”, con su asesinato, su investigación de quien es el asesino y el juicio y la sentencia. No es casual el paralelismo entre una búsqueda de tipo policíaco y la búsqueda de un sentido metafísico o existencial que recorre a los principales personajes de esta narración. La trama humana es un contrapunto al gran debate filosófico entablado entre Aliosha Karamazov y su hermano Ivan en el capítulo que hemos señalado anteriormente. Y esa trama completa de forma inapelable los contenidos de tal debate. Dice el escritor inglés Somerset Maugham, “el problema del mal espera aún una solución, y los dicterios de Iván Karamazov no han sido todavía contestados[5]”. No soy de la misma opinión. Pienso que el propio Dostoyevsky soluciona la problemática que su personaje Iván nos plantea a través del desarrollo y la conclusión de la novela.


El planteamiento de la narración es análogo al de cualquier relato de Agatha Christie, con la diferencia de que Dostoyevsky anuncia desde el principio la muerte de uno de los protagonistas, que es el padre, Fiodor Karamazov, de 55 años. El crítico literario Nabokov nos lo describe como “un viejo libidinoso, horrible, una de esas víctimas que nadie va a llorar y que todo autor previsor de este género prepara cuidadosamente para el asesinato[6]”. Tenemos por otro lado a los cuatro hijos, tres de ellos legítimos y uno ilegítimo, cualquiera de los cuales podría ser el asesino. El problema se plantea de la siguiente manera. El mayor de sus hijos, Dimitri, reclama a su padre el dinero que le toca por su madre y está enamorado de la misma mujer que pretende su padre, Grushenka. Ambos ponen al Starets Zosima como árbitro de su disputa acerca de la herencia. El Starets Zosima posee facultades curativas y proféticas. Representa la figura de la santidad de los monjes carismáticos rusos. El Starets se arrodilla ante Dimitri, profetizando al hermano de este, Aliosha, que es novicio en el monasterio de Zosima, que será objeto de grandes sufrimientos. El padre niega todo tipo de componenda con su hijo y este, enloquecido de celos, le arremete y le amenaza de muerte. Al poco tiempo, el padre es asesinado y Dimitri se convierte en el principal sospechoso al que se dirigen todas las evidencias. En realidad, el padre ha sido asesinado por Smerdiakov, su supuesto hijo bastardo. En una conversación se lo relata a su medio hermano, Iván, diciendo que lo hace siguiendo su precepto: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Iván queda anonadado y Smerdiakov se suicida. Dimitri es condenado falsamente por el asesinato de su padre, y pese a que Aliosha le propone la fuga decide aceptar el castigo en compañía de su amada Grushenka. Este es, a grandes rasgos, del hilo del argumento, que se encuentra enriquecido por numerosos episodios y personajes secundarios.


En el centro de la primera parte de la novela, encontramos el capítulo Pro y Contra, el diálogo existencial entre Aliosha e Ivan, que es la piedra de toque de toda la obra. Encaja de forma magistral con la dinámica de los acontecimientos y planea su sombra sobre ellos. Sin embargo, sólo a un nivel implícito, se liga con el gran tema de la obra, que es el asesinato del padre. Ya entraremos a profundizar en su contenido el apartado que le corresponde.


El padre Fiodor Pavlovich es un hombre que hace todo lo posible para desentenderse de sus hijos (vemos aquí un rasgo del propio padre de Dostoyevsky) y para vivir de forma desenfrenada. Está poseído del terrible terror de la muerte que se le acerca y de la sospecha igualmente terrorífica de que sus hijos pretenden asesinarlo, lo que lo hace todavía más desenfrenado y desesperado en sus deseos. Resulta paradójico que su paranoia se convierta en realidad y que su principal sospechoso no sea el transparente Dimitri, aunque lo haya agredido y amenazado de muerte, sino en el silencioso y reflexivo Iván.


Aliosha es el único personaje puramente positivo de la obra. Nabokov afirma malignamente que “es otro exponente (…) del desdichado amor de Dostoyevsky por el héroe bobo del folklore ruso[7]”. Es verdad que representa ese tipo, pero la connotación negativa no va con la obra: Aliosha es el intermediario entre Dimitri y el padre y defiende a uno y a otro. El Starets Zosima lo destina fuera del monasterio y el noviciado para que vaya al mundo, donde, dice, encontrará su misión. El primer paso de esta será acompañar a su hermano Dimitri en sus desdichas. Es también el interlocutor de Iván y su hermano más amado.


Dimitri es el hermano rebelde, el eterno endeudado y gran galán, que consigue enamorar a una rica heredera como Katherina Ivanovna y a la propia pretendida de su padre, Grushenka. Es un hombre violento, sin capacidad para refrenar sus pasiones, generoso y franco. Según Nabokov, “en general, cada vez que el autor se ocupa de Dimitri su pluma adquiere un brío excepcional. Dimitri parece estar constantemente iluminado por potentes lámparas, al igual que todos los que le rodean[8]”. Nabokov pretende rebajar el carácter existencial de la obra remarcando que “toda la dilatada y floja historia del monje Zósima se podría haber eliminado de la novela sin restarle nada[9]”. Pero el Starets Zósima es necesario, aunque sea para que la figura de un santo se arrodille ante el que va a sufrir, ya que es lo único que puede hacer el santo, acompañar en el sufrimiento. Y se arrodilla e inclina por que Dimitri es, en esos momentos, la verdadera imagen de Cristo, el inocente sufriente, el chivo expiatorio y el cordero, a pesar de todas sus fechorías y maldades anteriores. El ser orgiástico que es Dimitri se va alzando como el inocente que frente a sólidas evidencias y un tribunal y unos interrogadores impecables y justos, ve como va a ser condenado por un crimen que no ha cometido.


Iván es el hijo intelectual, periodista, con atisbos de pensador, que ha convertido el puro intelecto en una máquina de especulación que lo atormenta de forma continuada. Odia a su padre y desprecia a su hermano Dimitri. Está formado con el mismo molde que Raskolnikov, el protagonista de “Crimen y castigo”, aunque es más frío. Pero, a pesar de su orgullo, posee también una gran conciencia moral.


El hijo bastardo Smerdiakov es un correveidile, criado de la casa de su amo, epiléptico (como Dostoyevsky) que acumula un comprensible resentimiento que encuentra en las teorías de su hermano Ivan un objeto y una justificación, por medio del asesinato de su padre. Es Iván el padre espiritual de Smerdiakov, como lo muestra el amor desviado que siente este por el, ya que lo identifica con la maestría de vida que es patrimonio del padre.


Nos topamos en esta novela con un mundo social ya nihilista y plenamente moderno, donde el orden simbólico de la sociedad se encuentra trastocado y donde las creencias tradicionales se ponen abiertamente en cuestión[10]. Los deseos y los odios miméticos encuentran su curso natural en este contexto. Las dos mujeres protagonistas, Katherina Ivanovna y Grushenka, son también mujeres modernas, fuertes y económicamente independientes, ante las cuales Dimitri siempre se encuentra en situación de deuda. El terror del propio padre no es más que la constatación de que el mundo donde la cabeza de familia podía pasearse tranquilo se había terminado. La negación y el reproche de Dios de Iván Karamazov es parte de esta danza caótica.


Paternidad y nihilismo
El tema del padre tiene, aquí, grandes paralelismos con la biografía del propio autor por detalles circunstanciales como que el padre aleja y se desentiende de sus hijos y estos le odian a cambio. Constituye, además, el gran tema de la novela, el cuestionamiento de la autoridad, paterna o divina, como reacción de rebeldía, ya sea por el caso del contexto familiar que el padre Karamazov ha creado ya sea por las injusticias propias del mundo. Dice Sigmund Freud sobre el parricidio en esta novela: “El parricidio es, según interpretación ya conocida, el crimen capital y primordial, tanto de la Humanidad como del individuo. Desde luego, es la fuente principal del sentimiento de culpabilidad[11]”. El psicoanalista judío nos habla aquí de su teoría del “asesinato originario” del padre. A consecuencia de la conciencia de este asesinato se extendería por la humanidad el sentimiento de culpa. No vamos a entrar en la admisión o refutación de esta teoría (puesta en cuestión por René Girard, aunque en parte la utilice y la asuma) pero nos va a servir para llegar a tocar el aspecto policíaco-existencial de la novela, pues, según el mismo Freud, en el contexto de sus personajes, “Es indiferente quién haya cometido realmente el crimen; para la Psicología, lo único que importa es quién lo ha deseado en su fuero interno y ha acogido gustoso su realización, y por eso son igualmente culpables todos los hermanos -con la sola excepción de Aljoscha, figura de contraste-, tanto el vividor entregado a sus instintos, como el cínico escéptico y el criminal epiléptico”. El asesinato del padre no es mera consecuencia de la acción del resentido Smerdiakov, sino que, simbólicamente, es fruto de la combinación de odios y resentimientos que atesoran también Dimitri e Iván.


¿Qué tiene que ver el nihilismo con el tema de la muerte del padre? La muerte de Dios y la muerte del padre constituyen el punto de partida nietzcheano por excelencia. El nihilismo no es más que la consecuencia del intento de romper amarras con esas figuras análogas[12]. Constituye la esencia y la fuente del espíritu de rebelión moderno, pues como dice el muy nietzcheano Gilles Deleuze, “Dios, muerto o no, el padre, muerto o no, todo viene a ser lo mismo, puesto que la misma represión general y la misma represión prosiguen, así en nombre de Dios o de un padre vivo, allí en nombre del hombre o del padre muerto interiorizado”. Deleuze cita aquí sólo un aspecto de lo paterno-divino, “la represión”, pero prescinde de otro aspecto igualmente real, la búsqueda del padre por parte del hijo rechazado, que es otra de las ramificaciones de la trama de nuestra novela, y que se nos muestra en todo su dramatismo por la violencia de la obsesión mimética de Dimitri por el dinero-dote de su madre y por el amor por la misma mujer a la que su padre anhela. O por la sumisión de Smerdiakov a su interpretación del mandamiento moral que plantea el falso y elegido padre, su medio hermano Iván. O por el amor que siente Aliosha por su desdichado padre humano gracias a su padre espiritual, el Starets Zósima, que le enseña que no tiene que juzgar y menos a su propio padre.


Aquí simplemente querría plantear la hipótesis de que modernidad y posmodernidad son las caras de una misma moneda. Que el nihilismo tiene un carácter doble: por un lado, pretende prescindir del sentido “metafísico” de la vida, de cualquier explicación simbólico-existencial; y, por otro, en lo que se refiere al mundo de la historia, se alinea con las filosofías de la rebelión. Este encaje, aunque parezca contradictorio, es complementario, pues el gran rechazo metafísico lleva al gran compromiso físico con ese rechazo (que es luchar contra los agentes y los símbolos de la afirmación metafísica) y este lleva al desengaño y a la nada. Por ello, el analista Alain Minc, en su historia política de los intelectuales, cita a Raymond Aron sobre Sartre: “alega un ideal humanitario para despreciar a los hombres vivos y no se salva del nihilismo más que por apego a un proletariado mítico y a una revolución irrealizable[13]”. Tomándonos la libertad de corregir a Aron cabría decir que es el “nihilismo”, la conciencia de que nada vale nada (“el hombre es una pasión inútil”), la que empuja a Sartre a la negación de su filiación paterna y a sumarse a la rebelión consiguiente, que no es más que la búsqueda desviada del padre en el “sujeto” colectivo revolucionario. Pues, como diría Freud, cuando reprimimos una figura (en este caso la paterna) esta no desaparece, sino que reaparece de forma transformada. Eso también le ocurrirá a Iván Karamazov.


Cuando me refiero a la modernidad estoy hablando de un tipo especifico de modernidad, aquella nacida del concepto de razón cartesiano y de la consiguiente visión matematizada y newtoniana de un mundo-universo cuantificable y científicamente verificable. Iván Karamazov explica muy bien los grandes rasgos de esta modernidad: “si Dios existe y si realmente ha creado la tierra, la ha creado, como sabemos a ciencia cierta, según la geometría euclidiana, pero ha creado la mente del hombre con la sola noción de las tres dimensiones espaciales[14]”. Y confiesa que, “mi mente es euclidiana, terrena”. Y, sin embargo, el abogado de la increencia, el rebelde contra Dios y el padre, el negador de la dignidad de ambos, es, por medio de una lúcida paradoja, el único personaje de toda la obra de Dostoyevsky que tiene una “teofanía”, aunque esta sea negativa, ya que se topa con el mismo diablo[15].


Si la posmodernidad es producto de la crisis de la modernidad, lo es de una determinada modernidad, la descrita por el concepto de razón de Iván Karamazov. La nueva ciencia moderna nacida de Einstein, Goedel y Heysenberg nos muestra que el universo cerrado de Newton está lleno de grietas. Que el concepto de razón cartesiana es unilateral y, por tanto, existen otras modalidades de razón. Y que la hipótesis de una “cuarta dimensión[16]” ya es una certeza del universo físico, así como lo es también la existencia de una matemática no euclidiana. La modernidad y la posmodernidad, la crisis de la modernidad cartesiano-newtoniana y su consecuencia posmoderna, son interpretables en los términos de Thomas Kuhn de cambio de paradigma científico o marco conceptual en el que se desenvuelve la razón[17]. Es decir, la negación de Dios de Nietzche, la creación del proyecto utópico moderno-cartesiano-ilustrado de conformación en lo material de un nuevo cielo y una nueva tierra, así como su negación, como es el posmodernismo, pertenecen a la misma secuencia histórica y conceptual. El hijo niega al padre (a Dios) y finalmente el hijo se niega a sí mismo (posmodernismo). Este podría ser el esquema nihilista que de la creencia en la nada tiende a la nada. Retomando la paradoja de la teofanía de Iván, el que se creía atado a las limitaciones dimensionales, recibe una visita de la “cuarta dimensión”. Y como ha negado a su propio padre (al padre terreno y, como consecuencia, a Dios) el diablo se le aparece como padre ya que, encarnado en un caballero se lo confiesa, que él mismo es el padre de toda negación y de todo no, el auténtico padre de la nada: “Estoy condenado a negar (…) Nosotros comprendemos muy bien esta comedia: yo, por ejemplo, exijo clara y simplemente volver a la nada[18]”.


Una nota sobre el cristianismo ruso según la novela de Dostoyevsky


Esta novela está escrita desde el punto de vista de uno de los monjes que habitan el monasterio donde se encuentran Aliosha y el Starets Zósima. Así nos lo da a entender el narrador, que es anónimo y no se nos muestra más que a través de la familiaridad con la que habla del monasterio, del pueblo y del caso del asesinato de Fiodor Karamazov. Estamos ante una narración policíaca contada por un monje. Por lo cual, en tan extensa obra, Dostoyevsky expresa también su visión acerca del cristianismo ruso y de su espiritualidad. En la narración autobiográfica del Starets Zósima, el género policíaco converge con las historias de santos o narraciones evangélicas, que es el género al que pertenece esta confesión. Constituye, asimismo, el marco cósmico de la novela. Irrumpe en la historia humana con la intención de iluminarla desde la perspectiva del tiempo divino o eterno de las cosas.


El cristianismo ruso no ha pasado por la etapa de la teología racional y escolástica de la edad media y moderna. Esa circunstancia tiene aspectos positivos y negativos. En el momento nihilista de caída de todas las jurisdicciones, fidelidades y convicciones, la forma de organización autónoma y descentralizada del monasterio ruso, tal como aparece en la novela, parece más bien una ventaja. Existe el liderazgo carismático (como el de Zósima), aunque este no tenga carácter de autoridad inmediata ni de jerarquía superior y se vea contestado dentro de su propio monasterio, donde Zósima cuenta también con sus detractores. Y funciona mediante la transmisión del Espíritu. Aliosha es lo que podríamos llamar el pupilo del Starets, que le transmite, hasta el último momento de su agonía, su conocimiento y amor. La intención sacerdotal de Zósima es mínima pero clara:

“Solo se necesita una semilla pequeña, minúscula: que la arroje al alma de la gente sencilla y la simiente no morirá, vivirá en el alma de esta gente toda la vida, escondida allí en medio de las tinieblas, entre la hediondez de sus pecados, como un punto luminoso, como un recuerdo sublime[19]”.


Cuatro son los mandamientos positivos más destacados que el Starets Zosima trasmite. El primero de ellos que hay que ser felices, pues, según el, “los  hombres son creados para la felicidad, y quien es plenamente feliz tiene en verdad el derecho de decirse: He cumplido la voluntad de Dios en esta tierra. Todos los justos, todos los santos, todos los santos mártires, todos han sido felices”. El mandato de la felicidad, en un contexto de seres atormentados, posee gran trascendencia, pues constituye la luz de la esperanza que tiene que acompañar al ser humano en este mundo de confusiones, obsesiones, apegos y maldades. Dios exige la plenitud de la felicidad como cumplimiento de su voluntad. Esa es una verdadera buena noticia.


El segundo de los mandatos es el no juzgar. Se lo dice, en su lecho de muerte, al propio Aliosha: “Recuerda, sobre todo, que no puedes ser juez de nadie. Pues no puede haber en la tierra juez de criminal antes de que es propio juez llegue a comprender que él mismo es un criminal como el que tiene delante, y que él, precisamente, es quizá más culpable que nadie por el crimen de otro hombre. Cuando lo haya comprendido así, podrá ser juez. Esta es la verdad, por absurda que parezca[20]”. Esta es una de las claves principales que recorre todo el juicio a Dimitri Karamazov, que no es el culpable en tanto asesino de su padre, pero es culpable en tanto a hombre que comparte la condición de todo hombre. Tanto Maugham y Nabokov señalan algunas inconsistencias de la novela alrededor de esta cuestión, al considerar que Dimitri podía haber sido absuelto si se hubieran presentado las evidencias de una o de otra manera. Pero a Dostoyevsky le interesa la justicia humana sobre todo como contrapunto a su concepción de la justicia divina. Dimitri debe ser condenado (purificado) para luego ser salvado por la gracia. La perspectiva de Zósima acerca de la justicia humana, en todo caso, es muy diferente a la judicial: “Si eres capaz de tomar sobre ti el crimen del delincuente que está ante ti y a quien juzgas en tu corazón, hazlo en seguida y sufre por él; en cuanto al criminal. Y hasta si la ley te ha instituido en juez, obra también con ese espíritu en cuanto te sea posible, pues el delincuente se irá y se condenará a sí mismo con mucha más severidad de lo que lo habría hecho un tribunal”. Aquí habla también el Dostoyevsky conocedor de criminales en sus años de prisión en Siberia. Pero este mandato es un mandato escatológico ya que corresponde a una concepción práctica de la instauración verdadera del Reino de Dios. El espíritu de la ley tiene que permitir que el criminal llegue a condenarse (y purificarse) a sí mismo por el propio e inevitable esfuerzo de su conciencia humana. E insiste:


“No digáis: “El pecado es poderoso, la deshonestidad es fuerte, el nefasto ambiente pesa mucho y nosotros somos solitarios e impotentes, el ambiente ominoso nos barrerá y no dejará que la obra piadosa llegue a dar fruto”. ¡Huid, hijos míos, de semejante desaliento! No hay más que un medio de salvación: toma sobre ti todos los pecados de los hombres y hazte responsable de ellos. En verdad, así es, amigo mío, pues tan pronto como te haces sinceramente responsable de todo y de todos, ves en seguida que, en realidad, eres culpable por todos y por todo. Pero si cargas tu propia pereza y tu impotencia sobre los demás, acabarás haciendo tuyo el orgullo satánico y empezarás a murmurar contra Dios[21]”.


El buen monje nos dice que hay que hacer como Cristo, llevar la carga del mal del mundo, ya que eso es la cruz. Y nos está planteando las condiciones de posibilidad del nihilismo, que no sólo es una serie de conclusiones filosófico-existenciales sino sobre todo una forma de convicción que corroe, desde dentro, por medio de las apelaciones a la impotencia, la fuerza del mal y la soledad, toda forma de convicción positiva. Participar de la cruz de Cristo supone, así, inversamente, el participar de la fuerza universal de la conciencia de Dios, que sostiene al hombre cuando éste sostiene su cruz. Negar esa cruz (negarla en función de la debilidad propia o de la fuerza del enemigo) constituye la semilla de la murmuración contra Dios que está en la base del impotente “para qué” nihilista.


Finalmente, Zósima es un monje y como tal pertenece a una tradición y a una disciplina específicas. Dice Anselm Grün en su libro sobre los Padres del Desierto que estos pensaban que la función de cada monje era “abajarse”, enfrentarse con su propio yo, y ser uno con la tierra. El último, y quizá más importante, mandamiento, es el de amar la tierra, amar a todos, amar a la creación de Dios. Dice Zósima: “toma cariño al acto de prosternarte y besar la tierra. Besa la tierra y ama infatigable, insaciablemente, ama a todos, ámalo todo, busca en ello el entusiasmo y el éxtasis[22]”. Aquí entraría la afirmación de Tomás Muro, en tanto a definición del “yo” nihilista como “un yo sin raíces” que “no está anclado en el suelo[23]”. De esta forma, el Starets concluye:


“No temas el pecado de los hombres; ama al hombre incluso en su pecado, pues semejante amor, imagen del amor divino, es el amor supremo en la tierra.  Ama a toda la creación, tanto en su conjunto como en cada granito de arena.  Ama cada hojita, cada rayo de luz.  Ama a los animales, ama a las plantas, ama cada una de las cosas existentes. En las cosas encontrarás el secreto divino. Cuando lo hayas encontrado una vez, empezarás a conocerlo incesantemente, más y más, todos los días.  Y amarás, por fin, al mundo todo ya con un amor total, con un amor universal. Ama a los animales: Dios les ha dado un germen de inteligencia y una alegría sosegada. No los turbes, no los tortures, no les quites esa alegría, no te opongas al designio de Dios. Hombre, no te alces con orgullo por encima de los animales: no conocen el pecado, mientras que tú, con tu grandeza, corrompes la tierra con tu aparición y dejas una huella infecta por donde pasas. ¡Así es, ay, casi con cada uno de nosotros! Ama sobre todo a los niños, pues también ellos están limpios de pecado, como los ángeles, y viven para conmovernos con su ternura, para la purificación de nuestros corazones, como cierta indicación que se nos hace. ¡Ay de quien ofenda a un niño![24]”.


Aquí vemos la perspectiva horizontal y niveladora del cristianismo de los monjes, no sólo rusos. Humildad proviene de “humus”, dice Anselm Grün. La conciencia del fango terrestre en el que Dios insufló su espíritu nos es necesaria pues de esa manera enraizamos en la vida y en la comunicación con Dios y con el prójimo. Los críticos literarios citados se quejan de lo inefectivo de los personajes positivos de Dostoyevsky tanto en esta como en otras novelas. Tal objeción no es, a mí entender, correcta. Aliosha, el hermano puro de la sangre lujuriosa de los Karamazov, el discípulo del santo Zósima, se convertirá en el agente del bien, en el mejor amigo de sus hermanos enfrentados, en el único de los hijos que ama con fuerza a su padre, y que no abandonará en ningún momento. Y en el se cumplirá la promesa de gozo y de felicidad que vaticinaba su maestro. Hay una escena famosa donde Aliosha sale del monasterio y contempla la naturaleza:


 “Las opulentas flores otoñales se habían dormido hasta la mañana en los arriates cercanos a la casa. La paz de la tierra parecía fundirse con la del cielo, el misterio terrenal se tocaba con el de las estrellas… Aliosha estaba de pie, mirando, y de repente se dejó caer sobre la tierra como fulminado. No sabía por qué la abrazaba, no se daba cuenta de la razón por la cual experimentaba un deseo tan irresistible de besarla, de cubrirla de besos, pero la besaba llorando, regándola con sus lágrimas y juró frenéticamente amarla, quererla por los siglos de los siglos. “Rocía la tierra con lágrimas de júbilo y ama esas lágrimas tuyas…”, le resonó en el alma[25]”.



[1] Los datos biográficos los entresaco de la semblanza efectuada por el escritor inglés William Somerset Maugham (MAUGHAM SOMERSET WILLIAM, Diez novelas y sus autores, Obras completas, tomo 5º, Plaza y Janés, 1960, Barcelona, p. 1065-1095).
[2] Según Maugham, “Dostoievsky era vanidoso, envidioso, suspicaz, rastrero, egoísta, jactancioso, informal, desconsiderado, mezquino e intolerante” (Ibidem, p. 1084). Aunque también tenía rasgos que lo redimían.
[3] MURO TOMAS, Teología fundamental, Ciencias Religiosas-Pio XII, 2011-2012, p. 72.
[4] MURO TOMAS, Escatología cristiana, Pio XII, 2009, San Sebastián, p. 58.
[5] MAUGHAM, op., cit., p. 1095.
[6] NABOKOV VLADIMIR, Cursos de literatura rusa, Zeta, 2009, Madrid, p. 254.
[7] Ibidem, p. 258.
[8] Ibidem, p. 259.
[9] Ibidem, p. 258.
[10] Incluso hay ecos proféticos de la revolución que iba a venir. Según cuenta Iván, “quienes no crean en Dios se pondrán a hablar del socialismo y del anarquismo, de la reorganización de la humanidad entera según unos nuevos fundamentos” (DOSTOYEVSKY FIODOR, Los hermanos Karamazov, Alianza, 2011, Madrid, p. 379.
[11] FREUD SIGMUND, “Dostoyevsky y el parricidio”, 1927, www.tuanalista.com/.../CLVIII-DOSTOYEVSKI-Y-EL-PARRICIDIO...
[12] Así lo expresa Gilles Deleuze: “Nietzche está profundamente cansado de todas estas historias construidas alrededor de la muerte del padre, de la muerte de Dios (…) Nietzche quería que se pasase al fin a cosas serias. Da doce o trece versiones de la muerte de Dios para hacer buen peso y que ya o se hable más, para convertirlo en un acontecimiento cómico”. DELEUZE GILLES, GUATTARI FELIX, El anti edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidos, 1995, Barcelona, p. 112.
[13] MINC ALAIN, Una historia política de los intelectuales, Duomo, 2012, Barcelona, p. 236.
[14] DOSTOYEVSKY, op., cit., p. 381.
[15] Un diablo que en otro rasgo dostoyevskiano se parece, en ciertas cosas, al propio padre del autor, cuando describe su tipo: “suelen ser hombres desamparados, solterones o viudos, quizá con hijos, pero sus hijos se educan siempre en algún lugar lejano, en casa de unas tías de las que el gentleman casi nunca habla en buena sociedad, como si se avergonzara algo de semejante parentesco. Poco a poco se va a acostumbrando por completo a vivir lejos de sus hijos” (Ibidem, p. 1006).
[16] La expresión “cuarta dimensión” fue acuñada por Einstein en lo referente a la física contemporánea, aunque también se aplique a otras cuestiones (ENOMIYA-LASSALLE HUGO, Vivir en la nueva conciencia, Ediciones Paulinas, 1986, Madrid, p. 42-3). 
[17] Toda esta perspectiva la planteo desde el libro clásico del sociólogo de la religión Jacques Lenoir. Cuando hablo de modernidad quisiera remarcar que hablo de un determinado tipo, la ya descrita cartesiano-newtoniana. Pero Lenoir nos muestra que desde el Renacimiento europeo existen formas paralelas y distintas de razón y de modernidad. El nuevo paradigma científico cuántico las ha puesto nuevamente a la luz. Desde nuestra perspectiva cristiana, no es más que poner el acento en el aspecto místico de la religión, que parece estar más acorde con una nueva visión de una materialidad que no es tal, sino movimiento energético (LENOIR JACQUES, La metamorfosis de Dios. La nueva espiritualidad occidental, Alianza, 2009, Madrid, p. 219).
[18] DOSTOYEVSKY, p. 1016.
[19] Ibidem, p. 473.
[20] Ibidem, p. 517.
[21] Ibidem, p. 516.
[22] Ibidem, p. 519.
[23] MURO, Escatología, p. 60.
[24] DOSTOYEVSKY, p. 514.
[25] Ibidem, p. 583.

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