Nihilismo y Dostoyevsky
Imanol Lizarralde
Imanol Lizarralde

Fiodor Dostoyevsky nació en Moscú en 1821 en el seno de una familia de la pequeña nobleza[1]. Su padre era médico de un hospital. La familia no tenía grandes medios y vivía apiñada en un piso. El padre, cuando pudo, mandó a sus dos hijos mayores a la carrera militar, con la intención de que se las apañaran por ellos mismos. El padre de Dostoyevsky era una persona de gran rectitud y severidad. Y trataba a los siervos de la pequeña propiedad agrícola que tenía en el campo con mucha brutalidad. Un día, esos mismos siervos lo mataron. Cuando su hijo Fiodor tuvo la noticia, cayó en un ataque de epilepsia, que sería el primero de una serie larga en su vida. La vida de Dostoyevsky es digna de cualquiera de sus novelas y el personaje Dimitri Karamazov parece una especie de reflejo de su propia personalidad, pues Dostoyevsky fue militar, derrochador, dado al juego y la disipación. Se metió de lleno en los mentideros políticos, por lo que fue acusado de conspiración contra el Zar y que le condenaran al fusilamiento. Se libró de esa suerte cuando se encontraba ante los fusiles del pelotón. Tuvo que pasar largos años de condena en un presidio de Siberia. Esta experiencia fue para el de gran importancia espiritual. Empezó a escribir con notable éxito pero siempre anduvo metido en deudas hasta sus últimos años. Dostoyevsky, al igual que su gran coetáneo Leon Tolstoi, era una persona bastante desagradable y poco virtuosa en nuestros términos[2]. Pero su tumultuosa vida fue el fermento de una gran obra, donde brilla su intuición y su capacidad filosófica. Su gran tema, que reaparece bajo una nueva luz en esta novela, es el del inocente que tiene que cargar con una culpa descomunal. Por un leve pecado juvenil fue casi fusilado y vivió deportado en Siberia. Podía hablar del tema con conocimiento de causa.
Argumento y personajes

En el centro de la primera parte
de la novela, encontramos el capítulo Pro y Contra, el diálogo existencial
entre Aliosha e Ivan, que es la piedra de toque de toda la obra. Encaja de forma
magistral con la dinámica de los acontecimientos y planea su sombra sobre
ellos. Sin embargo, sólo a un nivel implícito, se liga con el gran tema de la
obra, que es el asesinato del padre. Ya entraremos a profundizar en su
contenido el apartado que le corresponde.

Aliosha es el único personaje
puramente positivo de la obra. Nabokov afirma malignamente que “es otro exponente (…) del desdichado amor
de Dostoyevsky por el héroe bobo del folklore ruso[7]”. Es verdad que
representa ese tipo, pero la connotación negativa no va con la obra: Aliosha es
el intermediario entre Dimitri y el padre y defiende a uno y a otro. El Starets
Zosima lo destina fuera del monasterio y el noviciado para que vaya al mundo,
donde, dice, encontrará su misión. El primer paso de esta será acompañar a su
hermano Dimitri en sus desdichas. Es también el interlocutor de Iván y su
hermano más amado.
Dimitri es el hermano rebelde, el
eterno endeudado y gran galán, que consigue enamorar a una rica heredera como
Katherina Ivanovna y a la propia pretendida de su padre, Grushenka. Es un
hombre violento, sin capacidad para refrenar sus pasiones, generoso y franco. Según
Nabokov, “en general, cada vez que el
autor se ocupa de Dimitri su pluma adquiere un brío excepcional. Dimitri parece
estar constantemente iluminado por potentes lámparas, al igual que todos los
que le rodean[8]”.
Nabokov pretende rebajar el carácter existencial de la obra remarcando que “toda la dilatada y floja historia del monje
Zósima se podría haber eliminado de la novela sin restarle nada[9]”. Pero el Starets
Zósima es necesario, aunque sea para que la figura de un santo se arrodille
ante el que va a sufrir, ya que es lo único que puede hacer el santo, acompañar
en el sufrimiento. Y se arrodilla e inclina por que Dimitri es, en esos
momentos, la verdadera imagen de Cristo, el inocente sufriente, el chivo
expiatorio y el cordero, a pesar de todas sus fechorías y maldades anteriores.
El ser orgiástico que es Dimitri se va alzando como el inocente que frente a
sólidas evidencias y un tribunal y unos interrogadores impecables y justos, ve
como va a ser condenado por un crimen que no ha cometido.
Iván es el hijo intelectual, periodista, con
atisbos de pensador, que ha convertido el puro intelecto en una máquina de
especulación que lo atormenta de forma continuada. Odia a su padre y desprecia
a su hermano Dimitri. Está formado con el mismo molde que Raskolnikov, el
protagonista de “Crimen y castigo”, aunque es más frío. Pero, a pesar de su
orgullo, posee también una gran conciencia moral.
El hijo bastardo Smerdiakov es un
correveidile, criado de la casa de su amo, epiléptico (como Dostoyevsky) que
acumula un comprensible resentimiento que encuentra en las teorías de su
hermano Ivan un objeto y una justificación, por medio del asesinato de su
padre. Es Iván el padre espiritual de Smerdiakov, como lo muestra el amor
desviado que siente este por el, ya que lo identifica con la maestría de vida
que es patrimonio del padre.
Nos topamos en esta novela con un mundo
social ya nihilista y plenamente moderno, donde el orden simbólico de la
sociedad se encuentra trastocado y donde las creencias tradicionales se ponen
abiertamente en cuestión[10]. Los
deseos y los odios miméticos encuentran su curso natural en este contexto. Las
dos mujeres protagonistas, Katherina Ivanovna y Grushenka, son también mujeres
modernas, fuertes y económicamente independientes, ante las cuales Dimitri
siempre se encuentra en situación de deuda. El terror del propio padre no es
más que la constatación de que el mundo donde la cabeza de familia podía
pasearse tranquilo se había terminado. La negación y el reproche de Dios de
Iván Karamazov es parte de esta danza caótica.
Paternidad
y nihilismo

¿Qué tiene que ver el nihilismo con el tema
de la muerte del padre? La muerte de Dios y la muerte del padre constituyen el
punto de partida nietzcheano por excelencia. El nihilismo no es más que la
consecuencia del intento de romper amarras con esas figuras análogas[12].
Constituye la esencia y la fuente del espíritu de rebelión moderno, pues como
dice el muy nietzcheano Gilles Deleuze, “Dios,
muerto o no, el padre, muerto o no, todo viene a ser lo mismo, puesto que la
misma represión general y la misma represión prosiguen, así en nombre de Dios o
de un padre vivo, allí en nombre del hombre o del padre muerto interiorizado”. Deleuze
cita aquí sólo un aspecto de lo paterno-divino, “la represión”, pero prescinde
de otro aspecto igualmente real, la búsqueda del padre por parte del hijo
rechazado, que es otra de las ramificaciones de la trama de nuestra novela, y
que se nos muestra en todo su dramatismo por la violencia de la obsesión
mimética de Dimitri por el dinero-dote de su madre y por el amor por la misma mujer
a la que su padre anhela. O por la sumisión de Smerdiakov a su interpretación
del mandamiento moral que plantea el falso y elegido padre, su medio hermano
Iván. O por el amor que siente Aliosha por su desdichado padre humano gracias a
su padre espiritual, el Starets Zósima, que le enseña que no tiene que juzgar y
menos a su propio padre.
Aquí simplemente querría plantear la
hipótesis de que modernidad y posmodernidad son las caras de una misma moneda.
Que el nihilismo tiene un carácter doble: por un lado, pretende prescindir del
sentido “metafísico” de la vida, de cualquier explicación
simbólico-existencial; y, por otro, en lo que se refiere al mundo de la
historia, se alinea con las filosofías de la rebelión. Este encaje, aunque
parezca contradictorio, es complementario, pues el gran rechazo metafísico
lleva al gran compromiso físico con ese rechazo (que es luchar contra los
agentes y los símbolos de la afirmación metafísica) y este lleva al desengaño y
a la nada. Por ello, el analista Alain Minc, en su historia política de los
intelectuales, cita a Raymond Aron sobre Sartre: “alega un ideal humanitario para despreciar a los hombres vivos y no se
salva del nihilismo más que por apego a un proletariado mítico y a una
revolución irrealizable[13]”. Tomándonos la
libertad de corregir a Aron cabría decir que es el “nihilismo”, la conciencia
de que nada vale nada (“el hombre es una pasión inútil”), la que empuja a
Sartre a la negación de su filiación paterna y a sumarse a la rebelión
consiguiente, que no es más que la búsqueda desviada del padre en el “sujeto”
colectivo revolucionario. Pues, como diría Freud, cuando reprimimos una figura
(en este caso la paterna) esta no desaparece, sino que reaparece de forma
transformada. Eso también le ocurrirá a Iván Karamazov.
Cuando me refiero a la modernidad estoy
hablando de un tipo especifico de modernidad, aquella nacida del concepto de
razón cartesiano y de la consiguiente visión matematizada y newtoniana de un mundo-universo
cuantificable y científicamente verificable. Iván Karamazov explica muy bien
los grandes rasgos de esta modernidad: “si
Dios existe y si realmente ha creado la tierra, la ha creado, como sabemos a
ciencia cierta, según la geometría euclidiana, pero ha creado la mente del
hombre con la sola noción de las tres dimensiones espaciales[14]”. Y confiesa que,
“mi mente es euclidiana, terrena”. Y,
sin embargo, el abogado de la increencia, el rebelde contra Dios y el padre, el
negador de la dignidad de ambos, es, por medio de una lúcida paradoja, el único
personaje de toda la obra de Dostoyevsky que tiene una “teofanía”, aunque esta
sea negativa, ya que se topa con el mismo diablo[15].

Una
nota sobre el cristianismo ruso según la novela de Dostoyevsky

El cristianismo ruso no ha pasado por la
etapa de la teología racional y escolástica de la edad media y moderna. Esa
circunstancia tiene aspectos positivos y negativos. En el momento nihilista de
caída de todas las jurisdicciones, fidelidades y convicciones, la forma de
organización autónoma y descentralizada del monasterio ruso, tal como aparece
en la novela, parece más bien una ventaja. Existe el liderazgo carismático
(como el de Zósima), aunque este no tenga carácter de autoridad inmediata ni de
jerarquía superior y se vea contestado dentro de su propio monasterio, donde
Zósima cuenta también con sus detractores. Y funciona mediante la transmisión
del Espíritu. Aliosha es lo que podríamos llamar el pupilo del Starets, que le
transmite, hasta el último momento de su agonía, su conocimiento y amor. La
intención sacerdotal de Zósima es mínima pero clara:
“Solo
se necesita una semilla pequeña, minúscula: que la arroje al alma de la gente
sencilla y la simiente no morirá, vivirá en el alma de esta gente toda la vida,
escondida allí en medio de las tinieblas, entre la hediondez de sus pecados,
como un punto luminoso, como un recuerdo sublime[19]”.
El segundo de los mandatos es el no juzgar.
Se lo dice, en su lecho de muerte, al propio Aliosha: “Recuerda, sobre todo, que no puedes ser juez de nadie. Pues no puede
haber en la tierra juez de criminal antes de que es propio juez llegue a
comprender que él mismo es un criminal como el que tiene delante, y que él,
precisamente, es quizá más culpable que nadie por el crimen de otro hombre.
Cuando lo haya comprendido así, podrá ser juez. Esta es la verdad, por absurda
que parezca[20]”.
Esta es una de las claves principales que recorre todo el juicio a Dimitri
Karamazov, que no es el culpable en tanto asesino de su padre, pero es culpable
en tanto a hombre que comparte la condición de todo hombre. Tanto Maugham y
Nabokov señalan algunas inconsistencias de la novela alrededor de esta
cuestión, al considerar que Dimitri podía haber sido absuelto si
se hubieran presentado las evidencias de
una o de otra manera. Pero a Dostoyevsky le interesa la justicia humana sobre
todo como contrapunto a su concepción de la justicia divina. Dimitri debe ser
condenado (purificado) para luego ser salvado por la gracia. La perspectiva de
Zósima acerca de la justicia humana, en todo caso, es muy diferente a la
judicial: “Si eres capaz de tomar sobre
ti el crimen del delincuente que está ante ti y a quien juzgas en tu corazón,
hazlo en seguida y sufre por él; en cuanto al criminal. Y hasta si la ley te ha
instituido en juez, obra también con ese espíritu en cuanto te sea posible,
pues el delincuente se irá y se condenará a sí mismo con mucha más severidad de
lo que lo habría hecho un tribunal”. Aquí habla también el Dostoyevsky
conocedor de criminales en sus años de prisión en Siberia. Pero este mandato es
un mandato escatológico ya que corresponde a una concepción práctica de la
instauración verdadera del Reino de Dios. El espíritu de la ley tiene que
permitir que el criminal llegue a condenarse (y purificarse) a sí mismo por el
propio e inevitable esfuerzo de su conciencia humana. E insiste:
“No
digáis: “El pecado es poderoso, la deshonestidad es fuerte, el nefasto ambiente
pesa mucho y nosotros somos solitarios e impotentes, el ambiente ominoso nos
barrerá y no dejará que la obra piadosa llegue a dar fruto”. ¡Huid, hijos míos,
de semejante desaliento! No hay más que un medio de salvación: toma sobre ti
todos los pecados de los hombres y hazte responsable de ellos. En verdad, así
es, amigo mío, pues tan pronto como te haces sinceramente responsable de todo y
de todos, ves en seguida que, en realidad, eres culpable por todos y por todo.
Pero si cargas tu propia pereza y tu impotencia sobre los demás, acabarás
haciendo tuyo el orgullo satánico y empezarás a murmurar contra Dios[21]”.

Finalmente, Zósima es un monje y como tal
pertenece a una tradición y a una disciplina específicas. Dice Anselm Grün en
su libro sobre los Padres del Desierto que estos pensaban que la función de
cada monje era “abajarse”, enfrentarse con su propio yo, y ser uno con la
tierra. El último, y quizá más importante, mandamiento, es el de amar la
tierra, amar a todos, amar a la creación de Dios. Dice Zósima: “toma cariño al acto de prosternarte y besar
la tierra. Besa la tierra y ama infatigable, insaciablemente, ama a todos,
ámalo todo, busca en ello el entusiasmo y el éxtasis[22]”. Aquí entraría la
afirmación de Tomás Muro, en tanto a definición del “yo” nihilista como “un yo sin raíces” que “no está anclado en el suelo[23]”. De esta forma,
el Starets concluye:
“No
temas el pecado de los hombres; ama al hombre incluso en su pecado, pues
semejante amor, imagen del amor divino, es el amor supremo en la tierra. Ama a toda la creación, tanto en su conjunto
como en cada granito de arena. Ama cada
hojita, cada rayo de luz. Ama a los
animales, ama a las plantas, ama cada una de las cosas existentes. En las cosas
encontrarás el secreto divino. Cuando lo hayas encontrado una vez, empezarás a
conocerlo incesantemente, más y más, todos los días. Y amarás, por fin, al mundo todo ya con un
amor total, con un amor universal. Ama a los animales: Dios les ha dado un
germen de inteligencia y una alegría sosegada. No los turbes, no los tortures,
no les quites esa alegría, no te opongas al designio de Dios. Hombre, no te
alces con orgullo por encima de los animales: no conocen el pecado, mientras
que tú, con tu grandeza, corrompes la tierra con tu aparición y dejas una
huella infecta por donde pasas. ¡Así es, ay, casi con cada uno de nosotros! Ama
sobre todo a los niños, pues también ellos están limpios de pecado, como los
ángeles, y viven para conmovernos con su ternura, para la purificación de
nuestros corazones, como cierta indicación que se nos hace. ¡Ay de quien ofenda
a un niño![24]”.
“Las opulentas flores otoñales se habían
dormido hasta la mañana en los arriates cercanos a la casa. La paz de la tierra
parecía fundirse con la del cielo, el misterio terrenal se tocaba con el de las
estrellas… Aliosha estaba de pie, mirando, y de repente se dejó caer sobre la
tierra como fulminado. No sabía por qué la abrazaba, no se daba cuenta de la
razón por la cual experimentaba un deseo tan irresistible de besarla, de
cubrirla de besos, pero la besaba llorando, regándola con sus lágrimas y juró
frenéticamente amarla, quererla por los siglos de los siglos. “Rocía la tierra
con lágrimas de júbilo y ama esas lágrimas tuyas…”, le resonó en el alma[25]”.
[1] Los datos biográficos los
entresaco de la semblanza efectuada por el escritor inglés William Somerset
Maugham (MAUGHAM SOMERSET WILLIAM, Diez
novelas y sus autores, Obras completas, tomo 5º, Plaza y Janés, 1960,
Barcelona, p. 1065-1095).
[2] Según Maugham, “Dostoievsky era vanidoso, envidioso, suspicaz,
rastrero, egoísta, jactancioso, informal, desconsiderado, mezquino e
intolerante” (Ibidem, p. 1084). Aunque también tenía rasgos que lo
redimían.
[3] MURO TOMAS, Teología fundamental, Ciencias
Religiosas-Pio XII, 2011-2012, p. 72.
[4] MURO TOMAS, Escatología cristiana, Pio XII, 2009,
San Sebastián, p. 58.
[5] MAUGHAM, op., cit., p.
1095.
[6] NABOKOV VLADIMIR, Cursos de literatura rusa, Zeta, 2009,
Madrid, p. 254.
[7] Ibidem, p. 258.
[8] Ibidem, p. 259.
[9] Ibidem, p. 258.
[10] Incluso hay ecos
proféticos de la revolución que iba a venir. Según cuenta Iván, “quienes no crean en Dios se pondrán a
hablar del socialismo y del anarquismo, de la reorganización de la humanidad
entera según unos nuevos fundamentos” (DOSTOYEVSKY FIODOR, Los hermanos Karamazov, Alianza, 2011,
Madrid, p. 379.
[11] FREUD SIGMUND, “Dostoyevsky y el parricidio”, 1927, www.tuanalista.com/.../CLVIII-DOSTOYEVSKI-Y-EL-PARRICIDIO...
[12] Así lo expresa Gilles
Deleuze: “Nietzche está profundamente
cansado de todas estas historias construidas alrededor de la muerte del padre,
de la muerte de Dios (…) Nietzche quería que se pasase al fin a cosas serias.
Da doce o trece versiones de la muerte de Dios para hacer buen peso y que ya o
se hable más, para convertirlo en un acontecimiento cómico”. DELEUZE
GILLES, GUATTARI FELIX, El anti edipo.
Capitalismo y esquizofrenia, Paidos, 1995, Barcelona, p. 112.
[13] MINC ALAIN, Una historia política de los intelectuales, Duomo,
2012, Barcelona, p. 236.
[14] DOSTOYEVSKY, op., cit.,
p. 381.
[15] Un diablo que en otro
rasgo dostoyevskiano se parece, en ciertas cosas, al propio padre del autor,
cuando describe su tipo: “suelen ser
hombres desamparados, solterones o viudos, quizá con hijos, pero sus hijos se
educan siempre en algún lugar lejano, en casa de unas tías de las que el
gentleman casi nunca habla en buena sociedad, como si se avergonzara algo de
semejante parentesco. Poco a poco se va a acostumbrando por completo a vivir
lejos de sus hijos” (Ibidem, p. 1006).
[16] La expresión “cuarta
dimensión” fue acuñada por Einstein en lo referente a la física contemporánea,
aunque también se aplique a otras cuestiones (ENOMIYA-LASSALLE HUGO, Vivir en la nueva conciencia, Ediciones
Paulinas, 1986, Madrid, p. 42-3).
[17] Toda esta perspectiva la
planteo desde el libro clásico del sociólogo de la religión Jacques Lenoir.
Cuando hablo de modernidad quisiera remarcar que hablo de un determinado tipo,
la ya descrita cartesiano-newtoniana. Pero Lenoir nos muestra que desde el
Renacimiento europeo existen formas paralelas y distintas de razón y de
modernidad. El nuevo paradigma científico cuántico las ha puesto nuevamente a
la luz. Desde nuestra perspectiva cristiana, no es más que poner el acento en
el aspecto místico de la religión, que parece estar más acorde con una nueva
visión de una materialidad que no es tal, sino movimiento energético (LENOIR
JACQUES, La metamorfosis de Dios. La
nueva espiritualidad occidental, Alianza, 2009, Madrid, p. 219).
[18] DOSTOYEVSKY, p. 1016.
[19] Ibidem, p. 473.
[20] Ibidem, p. 517.
[21] Ibidem, p. 516.
[22] Ibidem, p. 519.
[23] MURO, Escatología, p. 60.
[24] DOSTOYEVSKY, p. 514.
[25] Ibidem, p. 583.
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