LA ASUNCIÓN 2012
Queridos sacerdotes
concelebrantes, queridos fieles donostiarras y visitantes que disfrutáis estas
fiestas entre nosotros; queridas autoridades:
En este
día, 15 de agosto, en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de la
Virgen María a los Cielos, doy gracias a Dios porque un año más hayamos podido reunirnos
en torno a este altar, alimentando de esta forma nuestra ‘comunión’ –es decir,
nuestra común unión– con Cristo y María. Ciertamente, el eje central de nuestra
religiosidad no es otro que el que nos disponemos a hacer presente en este
altar, por medio de la Eucaristía: la persona de Jesucristo. Los cristianos
católicos, al igual que el resto de las confesiones cristianas, somos cristocéntricos;
es decir, confesamos que solo Cristo es nuestro Redentor, ya que como nos dice
la Sagrada Escritura: “no se nos ha dado
bajo el cielo otro nombre por el que podamos ser salvados” (cf. Hch 4, 12).
Partiendo
de esta fe cristológica, hemos ido descubriendo a lo largo de dos mil años de
historia, la misión tan especial que Jesucristo ha encomendado a su madre, la
Virgen María. En efecto, la devoción a María no es un mero distintivo de la
tradición católica; sino que es la consecuencia lógica de lo que Cristo quiso que
su Madre fuese para nosotros, al mismo tiempo que la consecuencia de lo que
Cristo quiso que nosotros fuésemos para Ella. ¡Cómo olvidar las palabras
pronunciadas por Jesús crucificado, teniendo a su Madre y al discípulo amado al
pie de la cruz (“Mujer, ahí tienes a tu
hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”)! Pues bien, queridos donostiarras, olvidar
o perder la devoción a la Virgen María, sería propio de hijos desagradecidos. Traigo
a colación las expresiones que el Salmo 136 refiere a la ciudad santa de
Jerusalén, y que yo me atrevo a aplicar a Santa María, imagen de la Nueva
Jerusalén: “¡Cómo cantar un cántico del
Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, María, que se me paralice la
mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si
no te pongo a ti en la cumbre de mis alegrías.” San Juan de Ávila, patrono
del clero, que Dios mediante será declarado doctor de Iglesia el próximo mes de
octubre, afirma en una de sus homilías: “Prefiero
estar sin pellejo que sin devoción a María”.
De forma
inexorable, en la medida en que ha avanzado la secularización, se ha debilitado
nuestra devoción mariana; y al mismo tiempo podemos decir que cuando nos
abrimos a una auténtica conversión personal, y ponemos a Jesucristo en el centro,
Ella pasa a tener un papel decisivo en nuestra vida.
La Revelación
de Dios que la Iglesia proclama, no es una mera evocación del pasado o una
especie de arqueología, como algunos suponen. Al contrario, la Palabra de Dios
tiene la capacidad de iluminar el presente, hasta el punto de convertirse en un
factor clave de construcción de la justicia y de la integración social.
Suele ocurrir que cuando la
predicación de la Iglesia se centra en los relatos bíblicos, se le acusa de no
vivir en este mundo… Y por el contrario, cuando la predicación de la Iglesia se
centra en iluminar los problemas de la vida presente, entonces paradójicamente se
le acusa de entrometerse en la vida pública. Pero lo cierto es que la Iglesia debe
cumplir el mandato de Cristo de predicar la luz del Evangelio en todos los
lugares y circunstancias de la vida -también en la vida pública-; aunque eso le
pueda reportar incomprensiones y críticas.
En los días anteriores al inicio
de las fiestas, se hizo pública la sentencia del Tribunal Supremo, por la que
ha quedado anulado el Decreto del Gobierno Vasco sobre la asignatura de Religión
en Bachillerato; que en los últimos años, de facto, había condenado a la
educación religiosa a una situación agónica en nuestras escuelas. Los obispos
de la Comunidad Autónoma hemos publicado una breve nota al respecto, que habréis
podido conocer por los medios de comunicación. Y, ahora, por mi parte, quisiera
aprovechar el altavoz de la fiesta de nuestra Madre Santa María, para invitar a
todas las familias a valorar la educación religiosa como una parte fundamental
de la cultura que sus hijos reciben en la escuela:
- En primer lugar, la enseñanza
religiosa en la escuela es necesaria para poder conocer a fondo la cultura que
hemos heredado. Una de las paradojas principales de nuestro tiempo, es el hecho
de que exista tanta curiosidad y apertura hacia otras civilizaciones y
culturas; mientras que parece como si nos avergonzásemos de la nuestra: la civilización
cristiana. Estoy convencido de que la causa principal de la apostasía hacia el catolicismo
entre nosotros, no es tanto un rechazo consciente y madurado, cuanto el
desconocimiento del Evangelio de Cristo. ¡Rechazamos lo que no conocemos, porque
los prejuicios nos impiden descubrir la riqueza de la tradición cristiana!
- En segundo lugar, la enseñanza de
la religión ofrece una cosmovisión de la vida y de la existencia, frente a la
fragmentación del saber humano. En efecto, hoy en día existe una gran
‘parcelación’ de los conocimientos científicos. Sin la enseñanza religiosa, se
tiende a construir una sociedad en la que cada uno parece saberlo todo de su
pequeñísima parcela, mientras desconoce lo fundamental de la sabiduría de la
vida. Alguien dijo que “la sabiduría es
lo que queda en nosotros, después de haber olvidado cuanto aprendimos en los
libros”. Pues bien, Jesucristo es quien nos comunica ese espíritu de sabiduría…
La enseñanza que nuestros hijos reciben en la escuela tiene que ser capaz de
responder también a las preguntas sobre el sentido de la existencia: ¿De qué
sirve conocer la evolución del Universo, si nadie nos explica por qué y para
qué estamos en esta vida?
Por ello, cuando las autoridades están
al servicio del bien común, se esfuerzan por tutelar el derecho de libertad
religiosa. Por ejemplo, me atrevo a citar algunas reflexiones realizadas en
nuestra vecina Francia, que -es de todos conocido- posiblemente sea el país con
mayor tradición laicista de Europa:
Nicolás Sarkozy afirmaba en un discurso pronunciado ante Benedicto
XVI en diciembre de 2007: "Una moral
laica corre siempre el riesgo de agotarse cuando no está adosada a una
esperanza que colme la aspiración al infinito". Y remataba diciendo: "Un hombre que tiene fe es un hombre que
espera. Y es del interés de la República que muchos de sus hombres y de sus
mujeres tengan esperanza".
Y para dejar claro que la religiosidad
no está supeditada a las sensibilidades políticas, me quiero referir también al
informe que Jacques Delors realizó para la UNESCO en 2008, bajo el título “La Educación encierra un tesoro”; en el
que planteaba la necesidad de superar la contraposición entre la dimensión material
y la dimensión espiritual de la enseñanza. En su informe, Jacques Delors
resumía en cuatro las finalidades de la educación: aprender a aprender,
aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. La síntesis de la
educación, es precisamente esta última: ‘aprender
a ser’. Sólo cuando sabemos quiénes somos, solamente cuando conocemos que
venimos del Amor y que al Amor volvemos; es cuando podemos alcanzar la
realización personal, dando lo mejor de nosotros mismos con desinterés y
alegría. ¡¡Por esto, reivindicamos la enseñanza religiosa!!
Ha llegado
el momento de normalizar la situación de la asignatura de Religión en la
enseñanza, igualándola al resto de Europa, donde en su práctica totalidad se
imparte sin ningún tipo de traba ni obstáculo. La guerra de las ideologías
políticas no debería tener incidencia dentro de la escuela. La escuela
solamente podrá ser libre para educar en la verdad, cuando dejen de producirse
sobre ella presiones políticas, y pueda ser totalmente permeable a las peticiones
y aportaciones de la familia.
Pido a Santa María, asunta al
Cielo, que nos conceda una Semana Grande llena de alegría, mesura y convivencia
pacífica…, en la que mantengamos vivo el recuerdo de cuantos lo están pasando
mal, especialmente de quienes padecen en mayor medida los efectos de la crisis
económica, así como de todos los enfermos. ¡Felices fiestas a todos!
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