
¿Se trata acaso de dos
concepciones o de dos mundos incomunicados e incomunicables? Ciertamente, no
creo que sea así. Más bien, estoy convencido de que los valores con los que se
celebra esa Navidad “laica” tienen más relación de lo que cabe suponer con los
valores de la Navidad “cristiana”. ¿Cómo conectar estos dos mundos? ¿Cómo
ponerlos en diálogo desde unos valores comunes? Me voy a servir para dar
respuesta a estas preguntas de algunas de las intuiciones y expresiones de
nuestro Papa Francisco contenidas en su reciente Exhortación Apostólica
“Evangelii Gaudium”:
La Navidad es en primer lugar
una llamada a la ternura… ¿A qué se refiere Francisco cuando proclama a los
cuatro vientos: “¡No tengan miedo a la ternura!”? ¿Es que acaso la ternura
puede darnos miedo? Lo lógico sería pensar que el miedo estuviese originado por
la antipatía, la grosería, o el rencor… Sin embargo, el miedo es también una
sensación que solemos experimentar cuando barruntamos que nos puede ser
arrebatado algo a lo que estamos apegados. El miedo a la ternura es el miedo a
quedarnos desnudos de las falsas seguridades en las que solemos apoyarnos:
ideologías, prejuicios, hábitos egoístas, presunción de saberlo todo,
prepotencia, etc.
Cuando perdemos la capacidad de
abrazar y de mostrar afecto, algo grave está ocurriendo en nosotros. En este
año 2013, marcado por la llegada del Papa Francisco, nos han impactado sus
gestos de ternura hacia los niños y los enfermos. Han quedado grabadas en
nosotros las imágenes del Papa besando y acariciando algunos rostros deformes,
que hubiesen provocado repugnancia en la mayoría de los mortales; y en los que,
sin embargo, Francisco parecía descubrir una belleza oculta y atrayente. La
ternura de Francisco está teniendo la virtud de rescatar del anonimato muchos
de los rostros de los desheredados de la tierra, al mismo tiempo que nos
cuestiona el porqué de nuestro miedo a la ternura: miedo a la vulnerabilidad,
miedo a la afectividad, miedo al compromiso del amor, miedo a conocer al hombre
o a la mujer real que está oculto bajo un disfraz o coraza.
En segundo lugar, otro gran
valor de la Navidad consiste en desarrollar el gusto espiritual de estar cerca
de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que este es un presupuesto
necesario para la felicidad. No es verdad que uno viva mejor si escapa de los
demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra
en su comodidad. ¡Eso no es más que un lento suicidio!
Nuestra felicidad consiste en
descubrir que cada uno tenemos una misión en esta vida que da la razón de ser a
nuestra llegada a este mundo (¿Cómo no recordar en el tiempo de Navidad la
película “Qué bello es vivir”?). Pero para poder compartir la vida desde una
entrega generosa, es necesario convencerse de que cada persona es digna de
nuestra entrega. Aquí, ciertamente, los creyentes tenemos una ventaja, al
percibir
que todo ser humano es objeto de la ternura infinita de Dios. Más allá de toda
apariencia, cada persona es inmensamente sagrada y merece nuestro amor, como si
se tratase de nuestro familiar más cercano.
En tercer lugar, otro valor
clave es el de la esperanza. Tenemos que estar atentos a la tentación del
pesimismo y del fatalismo, que nos lleva a pensar que no merece la pena luchar
porque todo está perdido. Es verdad que a veces la injusticia hacia los más
inocentes parece imponerse; pero también es cierto que una y otra vez
comprobamos cómo en medio de escenarios arrasados, vuelve a brotar la vida de
forma persistente e invencible. ¡Cada día en el mundo renace la belleza! Los
cristianos tenemos también aquí una potencialidad superior para la esperanza,
debido a nuestra fe en la Resurrección. Donde todo parece que ha muerto,
vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. ¡Todos los actos de amor
realizados en esta vida son eternos! No se pierde ninguno de ellos: ninguna de
nuestras lágrimas, ninguna preocupación por los demás, ningún cansancio
generoso, ni ninguna dolorosa paciencia con la que hayamos sobrellevado los
defectos del prójimo…
Por todo
ello —por la importancia de profundizar en los valores navideños— el Papa
Francisco nos invita a recuperar el espíritu contemplativo, que nos permita
“bucear” en el misterio que encierra la vida. Como decía Pascal: “El hombre
supera infinitamente al hombre”. El Niño del portal de Belén, es la mayor
muestra de ello.
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